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sábado, 23 de abril de 2016

APOLOGÍA DEL MACHISMO

Por Gabriele Colosimo para RADIO SPADA


Quiero decirlo inmediatamente: el título y la foto son provocadores a propósito. Espero que la provocación pueda ayudar a hacer llegar este breve artículo también a quienes tienen poco claros los roles en el interior de la familia, por el momento que asistimos a una siempre más martellante propaganda a favor de las mismas batallas que han lentamente construido la sociedad de los gises.
 
La foto que está encima es un clarísimo ejemplo de la deshonestidad intelectual que caracteriza a los detractores del orden natural, como fue creado por Dios.
 
Tenemos un hombre con sobrepeso sobre el sofá, portando una camiseta de Star Wars, la conocida saga de películas de fantaciencia, que tiene con una correa una mujer ligera de ropa que plancha y que no parece estar particularmente contenta del tratamiento (y desearía ver...).

Aparece clarísima la referencia a la “sociedad patriarcal”, así como es definida por el activismo LGBT, en la  cual la mujer no será otra que la esclava del marido, el cual, a sentir suyo, tendría derecho de vida y de muerte sobre la pobre desventurada. Probablmente a fuerza de hacer entrar mahometanos debió haber un poco de confusión.
  
Me doy cuenta que la expresión “las mujeres sean sumisas a los maridos” en tiempos de grave decadencia moral pueda ser entendida como una humillación cotidiana de la pobre esposa, o, peor aún, como una opresióne psicológica y física, una suerte de contínuo assoggettamento cotidiano, para intendersi.
 
El matrimonio cristiano no es esto. Empezamos con la cita completa: 
“Las casadas estén sujetas a sus maridos, como al Señor; por cuanto el hombre es cabeza de la mujer, asi como Cristo es cabeza de la Iglesia, que es su cuerpo místico, del cual Él mismo es salvador. De donde así como la Iglesia está sujeta a Cristo, así las mujeres lo han de estar a sus maridos en todo”. (Ef. 5, 22)
 
Cualquiera que esté en sus cabales podría pensar que la Iglesia deba estar sometida a Cristo en el modo en el cual Nuestro Señor la humilla o la oprime? Es por esto que juzgo particularmente deshonestas las conjeturas de los “progresistas” de la familia. Porque nada de lo que dicen tiene fundamento. Pudo caber exclusivamente con una cita parcial y mal interpretada, desnaturalizando la sana sumisión que existe en el orden natural. Cuanto afirman no se asemeja en nada a cuanto se pide a los esposos en el matrimonio sacramental. Y no es nada que tenga mínimamente qué hacer con la luz que es la civilización cristiana.

Quiero citar a Chesterton para hacer comprender dónde se insidia el cortocircuito del feminismo y de la emancipación femenil en general, el escritor dice: “El feminismo está mezclado con la idea tan absurda de que la mujer es libre si sirve a su jefe y esclava si ayuda a su marido”.

Para las feministas son deseables los compromisos laborales, la sumisión (esta sí en el peor sentido del término) al empresario o al jefecito de turno, es deseable que eduquen los hijos después de ocho horas pasadas en la oficina. Más aún, no sólo está bien, sino que ¡la llaman realización! He aquí el grave error.
  
Mientras escribo estas palabras pienso en las mujeres casadas con hijos que he conocido en ambientes laborales. Recuerdo que ninguno tenía dificultad en creerme si digo que el denominador común entre ellos no era exactamente la realización personal. El feminismo que quizá profesaban a los 20 años, imaginándose en un rascacielos de Manhattan impartiendo órdenes y ganar un imprevisto, a los 40 es trasformado en lamentos y ojeras. Quizá la estadística que expongo es falaz, por estar casi solamente basada sobre mi experiencia personal, pero extrañamente en las pausas del trabajo la totalidad de las mujeres de mediana edad con hijos que he conocido muchas veces han dejado traslucir que se hallaban allí más por necesidad que por otra cosa y que si no starebbero volentieri a casa a educar a los hijos.

No pretendo, con mi experiencia, de entrar en las intenciones de todas las mujeres con hijos que trabajan, pero no puedo no tenerlas en cuenta. Por lo menos dejadme juzgar como absurda la lógica por la cual se levanta la mujer, en lo posibile, de las cargas laborales para hacerla dedicar a la educación de los hijos tenidos de los bigotosaurios medievales machistas.
   
Concluyo dejando al Catecismo de San Pío X la respuesta a cualquier acusación contra nuestra santa religión y contra el orden querido por Dios:
413. ¿Qué deberes tienen los esposos? Los esposos tienen el deber de convivir santamente, de ayudarse con afecto constante en las necesidades espirituales y temporales, y de educar bien a los hijos, cuidando el alma no menos que el cuerpo, y formándoles sobre todo en la religión (católica) y en la virtud con la palabra y con el ejemplo.
  
I. Preparación al matrimonio. Quien aún no sabe a qué camino el Señor lo había predestinado, debe buscar conocer la divina voluntad y orar asiduamente y humildemente, aconsejarse y estudiar la propia vocación. En el caso que no se sienta llamado a un estado más perfecto (sacerdocio, vida religiosa o instituto secular), se prepara al estado conyugal. Quien se prepara al matrimonio debe primero que todo debe orar para llegar casto y rico en gracia al altar, y hacer de todo para conservar sus fuerzas para la futura familia. Pedir a Dios que le haga encontrar el compañero o la compañera digna, con quien deberá convivir santamente y formar una buena familia cristiana. Nella scelta del novio o de la novia los jóvenes no deben dejarse guiar del capricho ni de las pasiones pasajeras, che li attira verso i piaceri puramente animaleschi o li spinge a buscar solamente el interés material y el dinero. Durante el noviazgo los jóvenes deben buscar conoscerse mutuamente, comprenderse, aprender a soportarse y ayudarse, prepararse en la oración, en el mutuo respeto, en la unidad del espíritu y de la caridad sobrenatural, a formar una sola carne y una familia cristiana. Antes de celebrar el matrimonio reciban devotamente los sacramentos de la Penitencia y de la Comunión, y vayan al altar de Dios animados de viva fe, profunda devoción y recta intención.
  
II. Deberes de los esposos. 1) Los esposos tienen el deber de convivir santamente, sin imitar a aquellos cónyuges que en las nupcias buscan solamente la satisfacción de sí mismos o el interés material, que traicionan la unidad y la indisolubilidad del sacramento; que quieren solo los placeres evitando los pesos, especialmente de los hijos. 2) ... de ayudarse con afecto constante en las necesidades espirituales y temporales. Del amor nacido espontáneamente en sus corazones y hecho sagrado a los pies del altar con la bendición de Dios: debe nacer el respeto y la ayuda recíproca entre los cónyuges. El marido debe proveer a la mujer cuanto le es necesario para la comida, el vestido y la habitación; debe tratarla no como una sierva, sino como la compañera de su vida y la madre de sus hijos, usando con ella delicadeza amorosa, especialmente en el período de la maternidad. A su vez la mujer debe amar al marido, respetarlo como jefe de la familia y padre de sus hijos, obedecerlo, ayudarlo, custodiar la casa como un santuario, procediendo en modo que el esposo encuentre la mayor felicidad y encanto entre los muros domésticos, dándose con generosidad y sacrificio. 3) ... y de educar bien a los hijos, cuidando el alma no menos que el cuerpo, y formándoles sobre todo en la religión y en la virtud con la palabra y con el ejemplo. El Sumo Pontífice Pío XI, en la Encíclica «De la cristiana educación de la juventud» (31 de Diciembre de 1929) enseña que spetta prima di tutto a los padres la educación natural de los hijos y a la Iglesia la educación sobrenatural. Lo expresado no puede ni debe contrastar los deberes de los padres y de la Iglesia, ni tanto menos impartir la autollamada educación «laica», que en realidad es irreligiosa. Es su culminación el ayudar los padres y la Iglesia en la educación de la juventud. Los padres no sólo deben enseñar los primeros elementos de la ciencia a los hijos y avviarli a los estudios, al trabajo y al ejercicio de una honesta y decorosa profesión; sino que deben instruirles sobre el camino de la piedad cristiana y de la fe, haciendo de ellos buenos ciudadanos y sobretodo buenos cristianos, sirviéndose para esto de la ayuda del estado y de la Iglesia. Para la educación de los hijos tiene ciertamente mucha eficacia la palabra que exhorta, aconseja, manda, reprende y castiga: pero mucho más eficaces son el ejemplo de una vida laboriosa y honesta y la práctica integral de la vida cristiana. Sin el buen ejemplo todas las fatigas y todos los discursos serán desperdiciados.

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Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)