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lunes, 20 de marzo de 2017

LA EDAD Y LA DIMENSIÓN DEL UNIVERSO NO SON UNA OBJECIÓN A DIOS, TAMPOCO

Tomado de RADIO SPADA. Traducción nuestra.
  
Creación de las estrellas (Mosaico de la catedral de Monreale)

Nota del original italiano:Encontramos en el sitio Unión de Cristianos Católicos Racionales este interesante artículo. Si bien de este sitio nos separa un océano ideal, queremos republicarlo para nuestros lectores. Al mismo tiempo remitimos –sobre un tema que afianza ineludiblemente estos argumentos– al libro DIOS accesible a todos. Prueba de su existencia que racchiude todas las otras, desde la del movimiento local hasta la de los frutos de la santidad. EL MÁS NO VIENE DE LO MENOS, del P. Reginald Garrigou-Lagrange OP.
   
El Universo ha aparecido hace millardos de años y la existencia humana parece verdaderamente un simple blip (destello) sobre el calendario cósmico, existen un gran número de galaxias, enorme cantidad de estrellas, planetas y otras entidades astronómicas, la tierra misma tiene millardos de años pero los seres humanos han iniciado a existir solo por un período relativamente reciente de tiempo.
   
Estas evidencias científicas son estadísticamente las más recurridas por las personas de fe atea cuando justifican su posición existencial. Pero, es a través de la investigación científica que se puede replicar: John Barrow y Frank Tipler, en su tesis intitulada “El principio antrópico” (Adelphi 2002), han explicado bien que las dimensiones y la edad del Universo son precisamente lo que deberíamos observar. De hecho, un universo correspondiente a fechas diferentes habría quedado vacío y deshabitado porque en un tiempo más breve de 15 millardos de años los elementos pesados (oxígeno y carbono), indispensables tanto para la constitución de la tierra como para los compuestos orgánicos de los que está conformada la materia viviente, no habrían tenido el tiempo y el espacio necesarios para formarse en cantidad suficiente en las nucleosíntesis estelares.
   
Como ha escrito Owen Gingerich, docente de Astronomía e Historia de la ciencia en la Universidad de Harvard, «en vez de denunciar el carácter marginal y absolutamente efímero de la humanidad al interior de un universo inmenso y antiquísimo, se necesitaría explicar que en un universo más pequeño y más joven nuestra presencia no sería posible, porque no habría el tiempo para “cocer” a fuego lento los elementos necesarios para la vida» (O. Gingerich, “Buscando a Dios en el Universo”, Lindau 2007, p.17).
  
Esta explicación, como es comprensible, hace surgir una segunda pregunta: ¿por qué Dios ha escogido un tal universo más bien que producir milagrosamente las estrellas y los planetas, el hombre y la naturaleza en un solo instante? Quienes salen del campo científico y buscan entrar en la mente de Dios, de todos modos es posible que respondan como ha hecho el filósofo William Lane Craig, de la Talbot School of Theology de Los Angeles, observando que probablemente el Creador ha querido a propósito crear un pasado no ilusorio a nuestro mundo. Se podría también agregar que un universo surgido improvisamente, ya formado, sin su natural evolución, habría irremediablemente comprometido la libertad de los seres vivientes, constreñidos y forzados a creer en Él. ¿Cuál Padre estaría satisfecho si obligase a su hijo a amarlo? Sin la libertd de reconocer o no a Dios, el Creador habría forjado una marioneta, no un hombre.
  
Por esto el conocido físico inglés Paul Davies ha comentado: «Según mi opinión y la de un creciente número de científicos, descubrir que la vida y el intelecto han emergido como parte de la ejecución natural de las leyes del universo es una fuerte prueba de la presencia de un objetivo más profundo en la existencia física. Invocar un milagro para explicar la vida es exactamente lo que no se requiriendo para tener la prueba de un objetivo divino en el universo» (P. Davies, Conferencia pronunciada en Filadelfia por invitación de la John Templeton Foundation y difundida por Meta List on “Science and Religion”).
  
A quienes denuncian la poca eficiencia de un tal universo, observando el derroche de espacio y de tiempo, se necesitaría recordar -como ha hecho justamente el ya citado filósofo americano- que la eficiencia es un valor solo para quien tiene un tiempo y/o recursos limitados, una condición que es inaplicable a Dios. Él es considerado más bien como un artista, «que rocía su tela cósmica de colores deslumbrantes y creaciones. La vastedad y la belleza del universo me hablan de la majestuosa grandeza de Dios y de su maravillosa condescendencia en el amor y en el cuidado de nosotros». Efectivamente es solamente observando un Universo general -finamente sintonizado a la aparición de la vida y dominado por el orden, no por el caos- que puede surgir el estupor y la humildad del hombre, que lo lleva a decir: «Si miro el cielo, obra de tus manos, la luna y las estrellas que tú has hecho, ¿qué cosa es el hombre para que te acuerdes de él, el hijo del hombre para que lo cuides?» (Salmo 8).
   
Es solamente observando nuestro Universo que Albert Einstein pudo afirmar: «Nos estamos en la situación de un niño que entra en un inmensa biblioteca plena de libros escritos en muchas lenguas. El niño sabe que algo debe haber escrito en los libros, pero no sabe cómo y no conoce las lenguas en cui que fueron escritos. Sospecha, sin embargo, que hay un misterioso orden en la disposición de los volúmenes, pero no sabe cuál es. Me parece que esta es la situación del ser humano, incluso del más inteligente, frente a Dios. La creencia profundamente apasionante de la presencia de un poder superior racional, que se revela en el incomprensible universo, funda mi idea sobre Dios» (citado en Isaacson, “Einstein: His Life and Universe”, Simon y Schuster, pag. 27). Un Universo diferente, no habría hecho volver al cielo los ojos del pastor errante del Asia, descrito por Leopardi, ninguno hubiera sentido la desproporción de su finitud con la inmensidad del Universo del cual es parte, preguntándose el significado de esto y qué sentido tenía él mismo, su misma existencia. Ninguno, para concluir, habría comprendido la demanda infinita de sentido que habita en nosotros, seres finitos.
   
Por tanto, es necesario desmentir la idea que la vastidad del espacio y la edad del Universo sean una válida objeción a Dios. Eso es todo lo contrario, como ha expuesto el célebre evolucionista Kenneth R. Miller, docente de Biología en la Brown University: «nuestro mundo es infinitamente más vasto, más complejo, más variado y creativo de lo que creíamos antes, en un cierto sentido esto profundiza nuestra fe y nuestra estimación para el Autor de tal obra, el autor de este universo físico».

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Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)